‘Existiríamos el mar’, la novela que plantea una sociedad en la que las redes colectivas frenen los golpes y las desgracias
El libro de Belén Gopegui será analizado por nuestro Club de Lectura el próximo 20 de marzo a las 18 horas en el Salón Juvenil
Existiríamos el mar (2021) es la última novela de Belén Gopegui y una de las primeras narraciones nacionales que sitúa su acción en un presente sesgado por la pandemia. En ella, la autora lleva a cabo todo un despliegue literario e ideológico que, entrelazándose, genera una conversación entre dos planos bien diferenciados.
Por un lado, está la historia colectiva y particular de sus protagonistas, Jara, Lena, Hugo, Camelia y Ramiro, mientras que por otro cauce discurre el monólogo -desconcertante en un inicio- de una especie de voz narradora, que disecciona esa acción objetivamente simple en mil y un razonamientos en apariencia abstracto pero que, en el fondo, están intrínsecamente ligados con la realidad que habitamos y que, finalmente, terminan por aportar significado a la trama.
No es esta una novela al uso. Su carácter analizador hace que la acción se ralentice, pero es cierto que el hecho de que se haya generado un esquema narrativo común para todos los capítulos ayuda a no perder el hilo argumental. Este es muy simple, pero algo inusual, puesto que la amistad no suele generar relatos de la contundencia de este.
Jara, Lena, Hugo, Camelia y Ramiro son cinco personas que rondan la cuarentena y que viven en un piso compartido en la calle Martín Vargas de Madrid. Todos ellos tienen trabajo, salvo Jara, que recientemente ha pasado a ser una parada más. Su inestabilidad emocional y este nuevo estado generan en ella una ansiedad perceptible por todo su entorno -un entorno que no la juzga ni la apremia-, así que, sin avisar a ninguno de sus compañeros, ni tampoco a su madre, Renata, decide abandonar la vivienda común e irse. A partir de aquí, se llevará a cabo una búsqueda colectiva que redundará en temas particulares de cada personaje (la relación madre-hija entre Camelia y Raquel, el trabajo opresivo de Lena en un laboratorio, las condiciones de explotación contra las que luchan diariamente Ramiro y Camelia como delegados sindicales…), así como las luchas y contradicciones colectivas en las que continuamente caemos todas las personas; trabajos opresores e incapacitantes que hacen llorar de sueño, ventajismo social según la renta, generación de autoodio de clase entre los estratos más bajos de la sociedad, necesidad de construir una comunidad
de desarraigados…
Es aquí donde interviene el lado más ensayístico de la obra, ya que, a través de las microdisertaciones, se establece una especie de guía, de mapa que acompaña a la narración y desgrana el significado de los diálogos, las acciones, las decisiones. No por ello, la visión resulta paternalista ni enjuiciadora, sino que, más bien, ofrece una serie de posibilidades de interpretación que ayudan a comprender la realidad como si de un enjambre se tratase, pero sin caer en la ingenuidad de otorgar inocencia o indulgencia a quienes no se la merecen y teniendo claro el punto de partida: la desigualdad.
–Vale, camarada, es una idea, ponle cuatro mil, o tres mil con patrimonio. Y pon el peso de la experiencia y el carácter. La cosa es pensar que, en general, el colchón económico altera la percepción de la realidad.
–¿La altera cómo?
Hugo deja las bolsas en el suelo para sacar la llave del portal. Mientras abre, dice:
–Supongo que la realidad no te ofrece resistencia. Entonces te crees que la eliges. Igual que eliges adónde vas a cenar o adónde vas en verano, o quién te limpia la casa o a qué colegio van tus hijos. Porque a partir de esas cifras también aumentan los contactos, puedes conseguir que te cuelen, o sencillamente pagas.
–Ya, pero eso, no sé, ¿por qué es confundirla con la ficción? Ah, espera: si no te ofrece resistencia es como si la inventaras tú. No es algo contra lo que te toca batallar, que choca contigo y que a veces hasta te impulsa. Es algo que tienes y que llevas por donde quieres.
–Más o menos; aunque no valga para todas las cosas, sí para bastantes.
Una de las propuestas más interesantes que realiza Gopegui es la de presentar el domicilio compartido como un ancla segura. No se trata del domicilio familiar pequeño burgués u obrero donde se han situado cientos de relatos, sino que la vivienda madrileña de Martín Vargas 26 es un espacio construido desde cero por cinco personas anónimas, sin lazos comunes más allá de la edad, los ingresos y las opciones familiares, que han logrado hacer frente a un mundo y una ciudad hostiles a través del afecto, el reparto equitativo de las tareas y responsabilidades, y la intolerancia a los ritmos y exigencias propias del neoliberalismo atroz que las rodea.
En este sentido, ha materializado de manera más amable propuestas que otras autoras como Virginie Despentes hicieron en obras como Vernon Subutex y ha dado voz a cientos de personas que se ven obligadas a llevar un estilo de vida similar. Estilo de vida que es prejuzgado y tildado de provisional, pues las expectativas imperantes apremian a que en la sociedad en general, y en la vivienda en particular, la individualidad reine sobre la colectividad. “La casa no iba a ser una máquina sin excepciones, sino un refugio donde la excepción no se penaliza y un refugio que, quizá, muestra que la regla que rompe no es adecuada” (pág. 32).
Bien es cierto que este relato se puede comprender y exprimir completamente desde una lectura hecha en nuestro presente, pues la sensación de hostigamiento laboral y personal que el Covid-19 ha traído está a la orden del día. Quizá por ello, muchas personas lectoras han coincidido en elogiar esta novela y señalar que ha sido un destello de luz, de esperanza, o una tabla de salvación. Y es cierto que tiene mucho de manifiesto o simplemente de propuesta para habitar de manera diferente el mundo. Sin embargo, a riesgo de parecer partidista y asumiendo que es una novela política (aunque, ¿cuál no lo es?), quizá el crítico Nadal Suau de El Cultural haya atinado apuntando que “el mercado editorial probablemente entienda un libro así en clave de ‘nicho’, o un término parecido: una novela para un público concreto. Este crítico (como, sin duda, la autora) diría más bien que la novela encontrará la mayoría de sus lectores entre quienes comparten esa idea sobre el mundo, la misma idea acerca de las cuestiones centrales de nuestro tiempo. Ojalá otras miradas se abran a ella, sin embargo”.
En todas las críticas, destaca una palabra: honestidad. La sensación que queda tras haber finalizado Existiríamos el mar es la de que verdaderamente es posible generar una sociedad donde las redes colectivas frenen los golpes y las desgracias, donde la conciencia de pertenencia a una clase concreta permita prever y ofrecer una respuesta contundente a todos aquellos que pretenden hostigar y ejercer un poder abusivo e injusto.
SOBRE LA AUTORA
Belén Gopegui nació en Madrid en 1963. En 1993, la editorial Anagrama publicó su primera novela, La escala de los mapas. Siguieron, entre otros títulos, Tocarnos la cara (1995), La conquista del aire (1998), Lo real (2001), El lado frío de la almohada (2004), El padre de Blancanieves (2007) y Deseo de ser punk (2009), todos ellos publicados recientemente por Debolsillo.
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