Iñaki Hernández, el exponente incansable del balonmano de Anaitasuna: «Es maravilloso que la gente mayor se anime a hacer deporte»
Con 70 años, todavía salta a la pista con la camiseta del Anaitazarra, además de que lleva más de 25 años entrenando a la base del club
Iñaki Hernández Rivero (Pamplona, 29-06-1952) inició su carrera en el balonmano con 14 años, compitiendo con el conjunto juvenil de los Maristas. Ahora tiene 70 y todavía viste camiseta de competición, en este caso, la del Anaitazarra. Lleva este deporte en las venas. Tanto que también se pasó al otro lado, al de los banquillos, en los que durante más de 25 años ha enseñado a toda la cantera de Anaitasuna. Los últimos diez, a equipos femeninos de infantiles y alevines.
Aunque en su paso por las pistas defendió los colores de más clubes (Maristas, Atlético de Madrid, Vallehermoso y San Antonio), reconoce que Anaitasuna es el club de su vida. Con el compitió en 2ª Nacional, logrando el ascenso. Y con el jugó en División de Honor. «El balonmano lo significa todo para mí. Como puedes ver, sigo practicándolo con 70 años, y eso es así porque me apasiona. Y otra cosa que me encanta es pertenecer a Anaitasuna, que es mi club. En su día tuve ofertas de irme a otros sitios, pero no me fui», explica.
La única vez que se fue ocurrió cuando, después de quedarse segundo máximo anotador de la liga y con los galones de capitán, llegó un nuevo entrenador al equipo, Sebastián Jáuregui, que le dijo que no iba a contar con él. Un momento doloroso, porque este pamplonés tiene los colores blanquiverdes tatuados en la piel, imborrables al paso del tiempo.
Y el tiempo ha propiciado muchos cambios desde que se adentrara en el balonmano. «Yo hasta entonces había hecho de todo, había practicado todos los deportes, pero en el balonmano comencé a los 14, cuando le pedí a un cura de los Maristas que me metiera en el equipo. Fíjate, ahora se empieza incluso con seis años. Entreno ahora a niñas que llevan más años en este deporte que los que yo tenía cuando comencé a competir«, reflexiona.
En este sentido, indica que se ha producido una gran mutación en el balonmano: «Sobre todo, en la técnica. Antes, había jugadores que tenían una técnica muy buena. Pero hoy en día, la mayoría de ellos la tiene. Y también está el tema de la preparación física, que no tiene nada que ver. Nosotros en División de Honor entrenábamos tres días a la semana, por la tarde, ya que teníamos nuestros trabajos y nuestras historias. Hoy todavía no son profesionales, porque no hay dinero en el balonmano español, pero meten muchas horas, entrenan muchísimo, llevan una muy buena alimentación… Antes, teníamos a Jesús Mª López-Sanz, que era el entrenador, el médico, el psicólogo… Y hoy cualquier plantilla de un equipo de División de Honor cuenta, como es lógico, con su fisioterapeuta, su médico, su segundo entrenador…».
Preguntado sobre la futura profesionalización de la Liga Asobal, avisa que las palabras se han de convertir en hechos. «La profesionalización debe ir directamente ligada al nivel económico de las entidades, y ahora mismo las entidades no tienen nivel económico». «De hecho -añade-, cuando sale un jugador bueno, se va en cuanto adquiere un poco de nivel, porque aquí no hay dinero». «¿Por qué en Alemania, Francia u otros países, el balonmano tiene tanto tirón y aquí, que somos terceros del mundo, que hemos sido campeones del mundo, campeones de Europa…, el balonmano no termina de despegar?», se pregunta.
A su juicio, en España no se promociona demasiado el patrocinio deportivo. «Creo que los gobiernos deberían tener mano ahí. Sí que los patrocinios desgravan a las empresas, pero la cantidad es tan mínima que no le interesa a nadie. Ninguna empresa patrocina por ese beneficio. Es algo que se debería aumentar«, opina.
LAS PERSONAS, SIEMPRE POR DELANTE
Después de toda una vida ligado a este deporte y con una multitud ingente de recuerdos y anécdotas, no tiene dudas en asegurar que lo que guarda con más cariño son las personas que ha conocido. «He tenido la suerte de no conocer a gente mala. Y he hecho muchísimos amigos gracias al balonmano. Ese es el mayor bagaje que me llevo, porque, sí, juego a este deporte porque me encanta, pero gracias a él he podido conocer a personas maravillosas», relata.
Ahora, todavía salta a la pista para tratar de colar el balón en la portería desde su posición de extremo. Y eso que ha llovido mucho desde que lo hiciera en la División de Honor. «Están los cambios físicos lógicos de la edad, pero también hay un cambio en la mentalidad. Yo estoy en el Anaitazarra y disfruto formando parte de ese ambiente y de la relación con mis compañeros, que, para mí, son amigos. Dejar el Zarra me parecería una locura», aclara, al tiempo que sentencia que él no deja el equipo porque juegue muchos minutos, participe activamente en el juego o sea una pieza esencial. «El otro día, por ejemplo, salí, tiré cinco veces y no metí ni un gol. Tengo el hombro fastidiado y casi ni llego a puerta -ríe-. Pero tengo la ilusión de estar con esas personas. Disfruto enormemente del deporte que me gusta y de practicarlo con mis amigos«.
Del mismo modo que analizaba el cambio en el deporte de élite, concluye que ese cambio también se ha dado en el deporte en general. «Antes, jugábamos peor. Ves las marcas de atletismo, por ejemplo, y las de hace 40 años se han superado todas con creces. Y en la vida cotidiana en España, recuerdo que salía a correr, cuando tenía 15 años, por la vuelta del Castillo, y los que me veían se pensaban que estaba escapándome de alguien. No corría nadie y deporte solo lo hacíamos cuatro. Y los que pasaban los 25 años y lo dejaban, lo hacían por completo», rememora.
Ahora, sin embargo, las cosas son bien distintas, como apunta: «La gente se ha dado cuenta de que, cuando hace algo de deporte, se encuentra bien. Y cuando no hace nada, le duele todo. Los médicos no hacen más que decirlo. El deporte es salud, está clarísimo. Por supuesto que puedes morir de un cáncer o sufrir un infarto, pero si haces deporte, mientras estés aquí, vas a estar mejor, seguro». Solo hay que mirar los gimnasios, añade: «Si vas a nuestro gimnasio por las mañanas, lo verás lleno de jubilados que nunca habían hecho deporte antes. El deporte en estas edades está en auge, lo que me parece maravilloso. Mejor eso que estar en el bar jugando a las cartas y tomando pacharanes, que es lo que pasaba hace 40 años».
En su caso, buena culpa de que continúe inmerso en el deporte lo tiene su actitud. «El balonmano me encanta, por lo que seguir es, para mí, estupendo. Pero, además, soy muy cabezón. Cuando era joven, quería llegar a la División de Honor. No lo decía en alto, porque tenía una estatura pequeña. Pero lo conseguí, y fui el jugador más pequeño de la División de Honor. Soy un hombre muy constante y en lo que me comprometo, voy hasta el final. Ahora digo que voy a llegar a jugar hasta los 80 años, si vivo, y la gente se ríe. Jugar es, obviamente, un símbolo. Yo con estar ahí, salir, pasar un par de veces e irme ya soy feliz. No pretendo nada más, porque las condiciones físicas que tengo no son, ni de largo, como las que tenía antes. Cuando tenía 50 años, funcionaba como un tiro, pero ahora es diferente», declara.
EL RUMBO DEL BALONMANO
En cuanto a la evolución reciente del balonmano, considera que algunos cambios no son muy positivos. «Es un deporte que cada vez lo estoy viendo más futbolero en algunos jugadores y en algunos públicos», manifiesta, antes de reseñar que lo que siempre ha defendido del balonmano, como del rugby, es que se trata de «un deporte señor». «A ti, si te pegan un golpe y estás en el suelo quejándote, es porque te han dado. Y en otros deportes, veo cosas diferentes. A mí, el fútbol no me gusta, porque veo en él mucho engaño. Y en el balonmano, estoy empezando a ver cosas así, y no me gusta. El balonmano nunca ha sido así y me gustaría que no cambiara en ese sentido. Debería ser un deporte en el que el engaño no exista. En ninguno debería existir, pero siempre había considera al balonmano así», argumenta.
No obstante, si mira hacia atrás, conserva recuerdos imborrables. «El mejor que tengo, además del ascenso con López-Sanz de Segunda a Primera Nacional en Bilbao, es uno de Vigo. Estábamos en División de Honor y, si perdíamos el partido, bajábamos. El encuentro iba muy igualado. Yo habría tirado como unas cinco veces, pero había fallado todas. Estaba siendo horrible. Íbamos empatados y, en el último momento, me pasaron un balón al córner. Me la jugué, metí gol y nos salvamos. Y fue un éxtasis«, narra. «La gente no se da cuenta de la proeza que era que estuviésemos en División de Honor, donde solo había 12 equipos. Y Anaitasuna estaba allí», remarca.
Además de su faceta como jugador, sobresalen en su carrera sus años como entrenador de la base. Una labor por la que el Gobierno de Navarra le concedió la Medalla de Plata al Mérito Deportivo de Navarra. En más de 25 años, ha entrenado a equipos masculinos de infantil, cadete, juvenil y 1ª Nacional. Desde hace una década, se ha centrado en los conjuntos femeninos: primero, con los equipos infantiles y, ahora, con los alevines.
Hernández confiesa que las emociones vividas a un lado y a otro de la pista son muy diferentes. «No son comparables. Como jugador, sentía una gran tensión antes de los partidos, que desaparecía en cuanto comenzaba el juego. Pero como entrenador, el nerviosismo nunca se acaba. Y eso que entreno a niñas de diez años, que no se juegan nada, porque no hay clasificaciones. Pero parece que estoy dirigiendo la final de la Copa de Europa del Barcelona«, resalta.
«Eso significa que lo vivo con mucha intensidad -incide-. Son muchas horas las que metemos los entrenadores aquí en Anaitasuna, pasando frío, pero luego vienen los resultados. No hay más que ver lo que ha ido consiguiendo el club en los últimos años. Entonces, cuando después de muchas horas enseñando y diciendo cosas, ves que las cosas salen durante el juego, las disfrutas muchísimo. Pero cuando no salen, te preguntas qué está pasando. Obviamente, me doy cuenta de que son niñas pequeñas. Si arriba, en División de Honor, se cometen errores, cómo no se van a cometer aquí. Pero tú quieres que todo lo hagan bien«, sostiene.
Para finalizar, habla sobre su club: «Anaitasuna es mi club y quiero que le pase todo lo mejor. Que esté donde mejor pueda estar y que gane todos los partidos. Quiero a mi club, llevo en él toda la vida y este escudo es el que más quiero. Se están haciendo muy bien las cosas, consecuentemente con la economía que tenemos. Y Quique Domínguez me parece un muy buen entrenador, ideal para Anaitasuna. Me gusta mucho cómo juega el equipo. Y cada vez hay más jugadores de la casa, porque la base es muy buena. Hay chavales que pueden dar el salto en los próximos años«, concluye.
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